30 julio 2008

Recuerdo de Buñuel

Parece increíble que hayan pasado 25 años desde la muerte de Luis Buñuel. Lo conocí de la manera más casual en México en 1982, meses antes de su muerte. Un día, en la esquina de mi casa en la Colonia del Valle vi a un señor mayor, caminando solito por la calle Félix Cuevas. Su rostro de ojos saltones era inconfundible. Me acerqué y cuando le dije que era cineasta boliviano abrió aún más los ojos saltones y me dijo con una expresión de sorpresa: “Vaya, no he encontrado a ningún boliviano desde que estuve exiliado en Paris durante la guerra”, o algo parecido. Le ofrecí un ejemplar de mi Historia del Cine Boliviano y de mi libro Bolivie (1981) que publicó en Francia la Editorial Le Seuil en la colección Petite Planete. Me dio la dirección de su casa en la Cerrada de Félix Cuevas, número 27, a dos cuadras de mi propia casa, y al día siguiente le hice llegar los ejemplares prometidos.

Una semana más tarde llamó su mujer, para invitarnos -con Eva mi esposa de entonces- a “tomar un té” con Don Luis. Jeanne, que en la intimidad llamaba a Buñuel “mi moro” (interesante casualidad), me hizo por teléfono estrictas recomendaciones: que Luis nos recibiría solamente una hora, que estaba muy cansado, que nunca recibía a nadie, etc.

Sin embargo las cosas sucedieron de otra manera, porque una vez en su casa, nos embarcamos en una agradable conversación que duró más de dos horas y no en torno a una taza de té, sino de unos vasos de whisky y de dry martini, su bebida favorita. Me contó cosas sorprendentes, “que nunca las he comentado con nadie antes, porque usted es el primer boliviano que conozco”, que luego publiqué en un artículo en el diario Excelsior de México, y que lamentablemente no tengo a mano. Ojalá que no se pierda, porque es parte de mi memoria, y ahora cuando escribo 25 años más tarde, temo no ser fiel a la experiencia vivida.

Buñuel sentía cierta fascinación por Bolivia y en un momento dado de la charla me sorprendió: “Yo he sido boliviano…” Al ver mi cara sorprendida explicó que cuando vivía en Francia, indocumentado, en 1937 durante la Guerra Civil de España, la única delegación diplomática que lo ayudó con un pasaporte fue la de Bolivia. Añadió que nunca llegó a usarlo, pero que se sintió desde entonces agradecido hacia Bolivia.

Había revisado los libros que le dejé y comentó sobre Bolivia y sobre el cine boliviano. Me dijo que quería regalarme uno de los primeros ejemplares de su autobiografía, “Mon dernier soupir”, que acababa de publicarse en Francia. Todavía no existía la edición en castellano. Me pidió que lo acompañara al segundo piso de su casa para buscar el ejemplar del libro en su dormitorio. Pocas veces he visto un ambiente más sencillo y austero. Una estrecha cama, nada en los muros, ningún otro objeto a la vista. Buñuel vivía como un monje de claustro. Me hizo pensar en Don Juan Lechín, que vivía con esa misma sobriedad.

La imagen del lugar donde Buñuel dormía me ha quedado grabada; y su gesto de llevarme a su espacio íntimo lo he valorado aún más cuando leí un comentario de Carlos Fuentes en el que afirma que a pesar de ser un estrecho amigo de Don Luis, y de haberlo visitado regularmente todas las semanas durante muchos años, nunca conoció su dormitorio.

Con motivo de los 25 años de su muerte se están publicando numerosos artículos sobre su vida y su obra, que se extiende a lo largo de 32 películas, desde “Un chien andalou” (1928) hasta “Ese oscuro objeto del deseo” (1977), pasando por “El Ángel Exterminador” (1962), de su etapa mexicana, por la que tengo una debilidad especial. Buñuel no veía sus propias películas una vez terminadas. Me dijo que muy rara vez iba al cine a ver películas de otros.Desde todo punto de vista era un ave rara en el cine mundial.

No era frecuente que hiciera comentarios sobre cine, pero cuando los hacía eran memorables: “Una película debe defender y comunicar indirectamente la idea de que vivimos en un mundo brutal, hipócrita e injusto… Debe producir tal impresión en el espectador que éste, al salir del cine, diga que no vivimos en el mejor de los mundos.”


23 julio 2008

Matilde Casazola

Luego de varios años de no vernos, estuve con Matilde Casazola en Sucre. Sigue tan activa en la poesía como en la música. Su último disco, “Y tu la estrella”, es una prueba de ello.

Sus libros de poemas están haciendo fila india para ver la luz, porque Matilde no deja de escribir. La lista de los ya publicados se remonta a 1967, año en que salieron, uno tras otro, Los ojos abiertos, Los cuerpos, Una revelación. Más tarde siguieron otros títulos: Los racimos (1985), Amores de alas fugaces (1986), Estampas, meditaciones, cánticos (1990) y El espejo del ángel (1991), Canciones del Corazón para la Vida (1998), La Carne de los Sueños (2004)… Probablemente olvido muchos otros.

Quienes no tienen sus libros pueden leer poemas sueltos en muchas páginas de internet. Basta buscar en Google con su nombre, donde tiene más de nueve mil referencias. Yo mismo incluí algunos de sus poemas en una selección que hice para BoliviaWeb.

Matilde es un referente fundamental en la poesía boliviana, y una personalidad particular como compositora e intérprete. Su voz, lejos de ser melodiosa, es desgarradora y nos recuerda un poco a la voz de Violeta Parra. Sus canciones han sido interpretadas por Emma Junaro, Jenny Cárdenas y Luis Rico, entre muchos otros.











1975: Cuando éramos jóvenes, felices e indocumentados.


Volver a ver a Matilde me trajo recuerdos de fines de los años 1970s y principios de los 1980s cuando un grupo de escritores “jóvenes” (entonces lo éramos) organizábamos en El Prado de La Paz ferias de autores, donde la única condición era que cada autor se presentara con sus propios libros. Vendíamos más ejemplares en una mañana de domingo que en seis meses en una librería, y lo más importante era el contacto directo con los lectores. En esas ferias estábamos regularmente René Bascopé (a quien se llevó la parca demasiado temprano), Jaime Nisttahuz, Manuel Vargas, y Matilde Casazola; habíamos creado el grupo “Puerta Abierta” y publicábamos algunos de nuestros libros bajo un sello propio, “Palabra Encendida”.

Feria de autores en 1980: Matilde Casazola, Alfonso Gumucio Dagron, René Bascopé y Jaime Nisttahuz.

15 julio 2008

Recobrando a Danielle Caillet

Visité la retrospectiva de esculturas de Danielle Caillet en el Espacio Simón I. Patiño, en La Paz. Lo hice porque desde que Danielle falleció el 1 de noviembre de 1999 no he vuelto ha tener noticias de ella, y me alegró que Antonio Eguino, quien fue su pareja tantos años, hubiera montado esta muestra de homenaje, que rescata los valores artísticos de Danielle como escultora, pero también como fotógrafa y como cineasta.


Recuerdo a Danielle con ese rostro dulce de ojos claros, una expresión apacible y risueña que ofrecía a los demás, y una sonrisa con un dejo de ironía. Pocas veces la vi alterada o enojada, y una de las pocas fue cuando no le gustó lo que escribí sobre “Chuquiago” (tampoco le gustó a Antonio y a Oscar “Cacho” Soria). Por lo demás Danielle tenía para los amigos un carácter llevadero y suave.


En alguna de mis anteriores reencarnaciones de pareja tuve un par de pequeñas esculturas de Danielle, de la serie de amantes. Las perdí como perdí cerca de cincuenta cuadros, grabados y dibujos de pintores bolivianos… pero esa es otra historia. Las esculturas en bronce de Danielle me gustaron porque me maravilló la capacidad de la artista de transmitir sensualidad en un material tan duro como el bronce. Claro que si uno lo piensa bien, las obras más sensuales de la escultura mundial están hechas en materiales duros: piedra (o mármol) y metal.


La obra escultórica de Danielle atravesó varias etapas, reconocibles en la exposición retrospectiva. Luego de un primer intento que le debe demasiado a Marina Nuñez del Prado, Danielle empieza a volar con alas propias. Su escultura de los años setenta tiene ya los rasgos de sensualidad y ternura que son esenciales en su obra. A mediados de los años 1980s explora otras superficies más rugosas y menos táctiles, y formas geométricas y abstracciones que no dejan de ser frías, como si quisiera tomar distancia consigo misma. Esta etapa es de una búsqueda formal, alejada –a mi juicio- de la alegría estética.


A fines de esa misma década y los primeros años de los 1990s regresa con las figuras humanas, muy humanas, en continuidad con su primera obra de los años 1970s. Otra vez esa mezcla de superficies lisas, tersas como la piel, en contraste con espacios de sombra rugosos: sus maternidades, amantes y mujeres son para mí lo mejor de su obra.


A partir de 1992 la escultura de Danielle se hace conceptual, sin dejar el naturalismo. Sus referencias son concretas pero cruzadas con elementos simbólicos. La representación de la flecha adquiere diferentes sentidos según atraviese una cabeza humana, una manzana o dos pájaros. Danielle traduce refranes en volúmenes y formas: “le costó un ojo” de la cara, o “gato encerrado”, o “dos pájaros de un tiro” o “le entró por una oreja” y le salió por otra…


A partir de allí, hay como un retorno a la que fue su segunda época de superficies rugosas y figuras humanas sumidas en el bronce, apenas distinguibles porque aquí y allá aparece una mano que indica un abrazo.


Su etapa final, hasta 1997, es de ruptura y de dolor. Utiliza superficies planas, metal recortado en ángulos agudos y punzantes, para reclamar “espacio vital” y representar algunos temas religiosos, un arcángel o un Cristo.


En suma, Danielle aportó con amor y creatividad al arte en Bolivia. Por ello esta retrospectiva de homenaje es tan justa.

05 julio 2008

Matrimonio: quinua y chocolate

Las exportaciones no tradicionales de Bolivia han aumentado. En un país cuya economía ha estado lamentablemente ligada desde siempre a la extracción de recursos no renovables, como la plata, el estaño o el gas, es una buena noticia saber que producimos y exportamos otras cosas.

Tengo en mis manos, por ejemplo, una tableta de chocolate muy fino, marca Moulin des Moines, producido en Alsacia, que es nada menos que un chocolate negro “au quinoa soufflé”, es decir, con quinua reventada, o "pasanqalla" de quinua (Chenopodium quinoa). El producto está certificado como “chocolate biológico” y “orgánico”. No dice de donde procede la quinua, pero yo quiero creer que es de Bolivia, aunque podría ser también de Peru o Ecuador.

En todo caso, me lo estoy comiendo con mucho placer.

Las exportaciones paceñas de quinua subieron en 198% desde el pasado año, según leemos en los diarios. Ahora La Paz exporta 1.497 toneladas métricas, por valor de 2.3 millones de dólares. Son excelentes noticias.