10 julio 2009

Jorge Enrique Adoum (1926-2009)

A fines de enero estuve con él en Quito, con su esposa Nicole Rouan, con su hija Alejandra, y con el director de teatro François Rochaix y su esposa. Lo vi en buena salud, pero flaquito, le sobraba tela por todas partes. El “Turco” o “Turquito” -como le decían con cariño a Jorge Enrique Adoum sus amigos más cercanos y su familia- se arrellanó en un sillón de su casa con un vodka en una mano y un puro en la otra, y siguió la conversación con una sonrisa que podía indicar que se sentía a gusto, o que su memoria le traía de regreso quién sabe qué recuerdos placenteros.


Quizás recordaba esa larga amistad con François Rochaix, que hizo en Suiza en 1971 el primer montaje de Le soleil foulé par les chevaux (El sol bajo las patas de los caballos), su primera obra de teatro. Una de las actrices en esa obra era precisamente Nicole, que luego se convertiría en la compañera de Jorge Enrique hasta su muerte, y más allá. Nicole ha sido además la traductora (cuando no se traducía él mismo) y la editora y de una buena parte de la obra de Jorge Enrique, en las magníficas ediciones de Archipiélago.


Con Alejandra Adoum visité en enero la Capilla del Hombre y nos detuvimos bajo la sombra del árbol de la vida donde reposan las cenizas de Oswaldo Guayasamín, y ahora las de Jorge Enrique. Quien iba a suponer que unos meses después ella iba a regresar allí con la vasija de barro que contiene las cenizas de su padre. Cuando las enterraron el 4 de julio estuvo el Presidente Rafael Correa para rendir su homenaje, y la plana mayor de la política y la intelectualidad del Ecuador.


La muerte llega a veces por donde no se la espera. Nos preocupamos por el corazón de Jorgenrique, pero fue lo que mejor resistió hasta el final. Estuvo lúcido todo el tiempo, preocupado por las tareas pendientes. En su lecho de hospital todavía trabajó con Nicole y Alejandra corrigiendo sus últimos poemas.


Jorgenrique –como le gustaba firmar en los últimos años- no ha desaparecido, está muy presente en Ecuador y en la poesía. Mientras él dialoga de ceniza a ceniza con su gran amigo Guayasamín, los demás seguiremos conversando con él y sobre él.


En días pasados, al escribir un artículo para la DPA (Agencia Alemana de Prensa), pedí a Eduardo Galeano y a Juan Gelman una frase sobre su amigo ecuatoriano. El primero me dijo que “el Turquito era un placer y un peligro: Un narrador de lengua afilada, temible enemigo, amigo cariñoso, bebedor que sabía beber, amador que sabía encontrarnos. Te extrañamos”. Y Gelman respondió: “Jorge Erique Adoum supo dar imágenes resplandecientes del amor, en prosa y en verso. Nadie lo podrá sustituir.”


Conocí a Jorge Enrique en Paris, hace unos 35 años. Me lo presentó otro poeta, el español Luis López Álvarez. Ambos trabajaban en la UNESCO, y yo también, en menesteres menos importantes que los suyos, y colaboraba en la pequeña revista de poesía “Desquicio”, que dirigía como pasatiempo López Álvarez. Allí colaboraba también Adoum. Cuando nos volvimos a ver, muchos años después, me regaló sus libros recientes con dedicatorias generosas.