20 marzo 2010

Empacho de cine en Guadalajara


Guadalajara en un llano, México en una laguna… Dejé la laguna seca del Distrito Federal para trasladarme durante ocho días a Guadalajara y espinarme la mano con la tuna del cine en el 25 Festival Internacional de Cine.

El festival cumplió 25 años, de modo que se vistió de gala para la ocasión.  Cada noche en el gigantesco Teatro Diana de la ciudad había entrega de reconocimientos (a Matt Dillon, a Agnes Varda y a María Rojo, entre otros) y la proyección de alguna película extraordinaria, a veces en estreno mundial.  Y durante todo el resto del día, varios centenares de películas, cortas y largas, documentales y de ficción, que se exhibían simultáneamente en una docena de salas de cine de la ciudad.

En las mañanas teníamos proyecciones especiales para la prensa, los críticos de cine y los miembros de los jurados. Estas proyecciones sin público fueron las mejores para mi, ya que los asistentes se comportaban civilizadamente, mientras que en las proyecciones para todos no faltaron quienes creyéndose en un estadio o en un circo, no paraban de comer palomitas de maíz como roedores, de usar sus celulares o de hablar. El comportamiento poco civilizado del público deja mucho que desear.

Mi menú en estas jornadas no consistió en palomitas de maíz con olor a mantequilla rancia, sino títulos tan estimulantes como Las buenas hierbas de la mexicana María Novaro, La Yuma de la nicaragüense Florence Jaugey, Retratos en un mar de mentiras del colombiano Carlos Gaviria o Rompecabezas de la argentina Natalia Smirnoff. No me equivoqué en mi selección pues recibieron sendos premios. Ojalá que lleguen a las pantallas comerciales, para bien del público que se intoxica con tanta porquería.

Disfruté como todos la gala de estreno del documental Seguir Siendo: Café Tacvba, sobre el grupo musical mexicano que apenas levantarse la pantalla apareció detrás para brindar un concierto apoteósico. Parecía que los balcones del teatro iban a ceder de tanto que cimbraban con centenares de personas saltando al unísono y cantando de memoria la canciones. Sólo un vocalista con el don de multitudes como Rubén Albarrán puede lanzarse sobre su público y salir indemne luego de dar una vuelta completa de la platea, sobre los brazos de todos, y sin dejar de cantar.

Me dio gusto durante el festival encontrar a colegas bolivianos como Juan Carlos Valdivia, cuya película más personal, Zona Sur, fue premiada y muy bien recibida. También estuve con Rodrigo Bellot, cuya carrera como director de casting en Nueva York va viento en popa; y con Karina Oroza y Ramiro Fierro, en busca de producción para sus proyectos.

Zona Sur fue una de las películas más premiadas del festival, pues recibió el Premio Especial del Jurado, el Premio al Mejor Guión –escrito por el mismo Valdivia- así como el Premio al Mejor Actor (compartido) otorgado a Pascal Loayza.

Carlos Gaviria, cineasta de Colombia con el que hicimos buenas migas durante el festival, fue galardonado por su largometraje Retratos en un mar de mentiras, excelente relato sobre los desplazados de guerra en su país. Obtuvo el Premio a la Mejor Película, a la Mejor Actriz (compartido) por la actuación de Paola Baldión y un premio paralelo de Latinofusión, de apoyo a la distribución internacional del film.

Mi amiga la cineasta mexicana Lillian Liberman presentó el documental Visa al paraíso, donde reconstruye meticulosamente el episodio ejemplar de Gilberto Bosques, cónsul de México en Marsella durante la Segunda Guerra Mundial, quien ayudó a más de 40 mil familias perseguidas por los nazis y los fascistas de Franco, a viajar a México como asilados.

Varios otros documentales me impresionaron, por ejemplo Pecados de mi padre, de Nicolás Entel, donde se narra el proceso de reconciliación entre Sebastián Marroquín (hijo del narcotraficante Pablo Escobar), y los hijos de Rodrigo Lara Bonilla y de Luis Carlos Galán, que fueron asesinados por órdenes de Escobar. Sebastián Marroquín apareció al finalizar la proyección y me pareció un hombre sincero y con vocación de paz, una víctima más de su padre.

Por lo demás, encontré a amigos que no he visto en muchos años. A Jorge Sánchez, actual Director General del festival (aunque el último día anunció que se va), y a Paul Leduc, realizador de películas tan hermosas como Frida o México Insurgente, no los veía desde mediados de los años 1980s (¡25 años!), lo mismo que al panameño Edgar Soberón Torchía, quien hoy es Director de Cultura en la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños en Cuba y a Chacho Leon Frías, crítico de cine que dirigió una de las grandes revistas especializadas "Hablemos de Cine".

No me fui de Guadalajara sin antes visitar los murales de Orozco en el Hospicio Cabañas, y sin comer en la avenida Chapultepec tacos de labio, de cabeza, de lengua y de cachete o carnaza. No tuve todavía el espíritu para entrarle a los tacos de ojo, de seso y de hueso, pero pensé mucho en mis dos carnales que no tienen freno para esas cosas, Ricardo Pérez Alcalá y Ramón Rocha Monroy.