19 junio 2010

Pequeño recuerdo de Monsiváis

Acaba de fallecer Carlos Monsiváis y se multiplicarán todos los homenajes, merecidísimos porque se trataba no solamente de un gran cronista de México y de un estupendo ensayista, sino que también era un provocador y promotor de la cultura mexicana.

Sus más de 50 libros, sus centenares de artículos periodísticos, sus biografías, sus colecciones, su amor por el cine… serán objeto de escrutinio y de nuevas valoraciones.

No lo frecuenté, no fui su amigo, solamente he sido un lector más entre los muchos que tuvo, pero me recibió una vez en su casa en 1984, es decir, hace unos pocos o muchos –según se mire- 26 años. Me llevó allá Rogelio Villareal, editor que apoyó y publicó un par de libros míos en México, la primera edición de “Sobras completas” y la segunda de “Cine, censura y exilio en América Latina”.

Monsiváis nos esperaba para ver en 16 mm la película “Conducta impropia”, realizada por Orlando Jiménez Leal y Néstor Almendros (quien fue mi profesor de fotografía de cine en París, cuando yo estudiaba en el IDHEC). Néstor era cubano (aunque nacido en España), uno de los directores de fotografía más notables del mundo, con un Oscar en su haber (y tres nominaciones en su "a ver") además de incontables otros premios. Trabajó con François Truffaut, con Eric Rohmer, con Mike Nichols o Martin Scorsese, y salió exiliado de Cuba en parte por su condición de homosexual, en una época en que la Revolución batía los récords de intolerancia en ese tema, y en parte por sus críticas al sistema.

Cuando “Conducta impropia” empezó a circular en 1984 causó un gran revuelo entre los intelectuales críticos y los incondicionales de la Revolución cubana. Carlos Monsiváis era de los primeros, es decir, un intelectual de izquierda, cuyas simpatías por la Revolución cubana no podían pasar por alto los errores, y entre esos errores la persecución de intelectuales y artistas homosexuales. Monsiváis lo era, y nunca lo escondió, de ahí que esa sesión en su casa, para ver por primera vez el documental de Almendros sobre la persecución de homosexuales en Cuba, era importante.

Recuerdo una casa llena de libros, periódicos y objetos de todo tipo, porque Monsiváis era un coleccionista de la cultura popular, y gracias a sus colecciones se han realizado en años recientes magníficas exposiciones.

Mentiría si  digo que me acuerdo algo más de esa tarde en su casa, pero probablemente tengo notas sobre ello en alguno de los cuadernos de esa época, guardados en algún depósito.

Sirva este pequeño recuerdo para tenerlo presente hoy, despedir su cuerpo y recibir al escritor que permanecerá en la memoria de las futuras generaciones, como bien señala Carlos Fuentes en una entrevista desde Londres: “No se pierde a Monsiváis: se ha ganado a Monsiváis para siempre”.