24 julio 2012

Jorge Ruiz [1924-2012]


El cineasta boliviano Jorge Ruiz

Su imagen aparecerá a partir de ahora difuminada, sin la claridad de líneas que mostraba la foto original. Se nos fue Jorge Ruiz, pionero del cine sonoro boliviano, cineasta prolífico, gran persona. Me enteré de su muerte a través de un mensaje que me envió su hijo, Guillermo Ruiz, y casi simultáneamente en intercambios por Twitter con Carlos Mesa y Marcos Loayza. Luego llamé a Marina Arellano, su esposa y compañera de tantos años, quien me dio más detalles; Jorge estaba internado en una clínica de Cochabamba desde hace cinco días, y este martes 24 de julio a las tres de la mañana decidió que su tiempo en este mundo había concluido.

Hace apenas cuatro meses celebré con alegría su cumpleaños, en una nota titulada “88 abrazos, Jorge Ruiz”, donde recordé algunos episodios que nos tocó vivir juntos. Me remito a ese texto, porque describe a Jorge en vida, y me alegra que él hubiese alcanzado a leerlo y lo hubiera recibido como el abrazo de un amigo que lo apreciaba y admiraba. Ahora, en cambio, todo lo que escribamos, todo lo que digamos de él, todos los homenajes que le hagamos, lamentablemente no podrá apreciarlos.

Jorge Ruiz vivió toda su vida con extrema sobriedad y de alguna manera “regaló” todo su trabajo, porque nunca lucró con el cine, aún cuando el cine comercial era parte de sus intereses. Fue un hombre íntegro, que nunca se aprovechó de nadie ni de su cercanía a personajes que estaban en el poder, que lo apreciaban y lo conocían bien. Para él, la amistad, a secas, era más importante que cualquier uso oportunista de las relaciones sociales. Ese rasgo lo aprecio particularmente porque era también una característica en mi padre, y quizás en otros muchos de esa generación.

Jorge y Marina, con Liber Forti y Alfonso Gumucio
Como sabemos, en Bolivia el oportunismo y el tráfico de influencias campean y es cada vez más rara la honestidad. Jorge vivió hasta el final de sus días en una casa alquilada, no tuvo ningún privilegio económico. Si tuviéramos un Estado más consciente del valor de la cultura, personalidades creadoras que han aportado tanto a Bolivia en todos los campos, como Jorge Ruiz, recibirían en vida un mejor trato, no una pensión de miseria.  No basta medallas y homenajes, pues eso no se come ni paga el alquiler.

La última vez que estuve con Jorge Ruiz fue el 14 de noviembre del 2011, en Cochabamba. Marina me invitó a “tomar té” (una costumbre tan agradable en Bolivia). Fuimos a visitarlo con Líber Forti, otro de sus amigos cercanos. Antes, Líber y Jorge vivían en el mismo edificio en la Avenida América, uno un piso más arriba que el otro, pero Jorge y Marina se trasladaron a dos cuadras de allí, a otro departamento en planta baja, en la calle Pantaleón Dalence 1430, para facilitar los desplazamientos de Jorge, que había sufrido una caída a partir de la cual quedó confinado en su casa. 

La tarde que lo visitamos encontramos a Jorge de excelente humor, conversamos para ponernos al día y Marina nos mostró una habitación donde había acomodado una vitrina con las medallas y reconocimientos obtenidos por Jorge a lo largo de su carrera. Estaba también en esa reunión José Antonio Valdivia, autor de Testigo de la realidad (1998), un excelente relato autobiográfico de Jorge Ruiz. Más tarde llegó otro amigo suyo, para leerle pasajes de la Biblia. Tomé varias fotos para la memoria y me fui de allí ese día con la certeza de que volveríamos a vernos, pero como se sabe, la vida no respeta los buenos deseos. 





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La muerte para los jóvenes es naufragio
y para los viejos es llegar a puerto.
                                            —Baltasar Gracián