11 marzo 2013

Guadalajara en un llano


Tuvimos una semana intensa en el 28º Festival Internacional de Cine en Guadalajara (FICG) convertido durante la gestión de Jorge Sánchez (2005-2010) en uno de los tres más importantes de América Latina, junto al Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana (Cuba) y al más antiguo, el Festival Internacional de Cartagena de Indias (Colombia).

Ahora bajo la dirección de Iván Trujillo, el FICG sigue creciendo y fortaleciéndose con nuevas actividades, exposiciones, muestras paralelas, espacios de capacitación, mercado de distribución e innumerables premios a las películas de ficción, de documental, de cortometraje y de animación.    

Hace tres años, cuando estuve por primera vez en el FICG-25, Bolivia estuvo representada en concurso por el largometraje Zona Sur de Juan Carlos Valdivia, que se alzó con varios galardones: recibió el Premio Especial del Jurado, el Premio al Mejor Guión –escrito por el propio Valdivia- así como el Premio al Mejor Actor (compartido) otorgado a Pascal Loayza. Pero este año no había películas bolivianas en concurso, y los pocos bolivianos que estuvimos allí fuimos invitados para otras tareas: Eduardo “Chichizo” López, Humberto Mancilla y yo mismo. Chichizo estuvo como miembro del jurado en la categoría Documental Iberoamericano, mientras que Humberto Mancilla y yo fuimos invitados al IV EnDoc, el Encuentro de Documentalistas de América Latina y el Caribe.

En medio del festival, una hora antes de comenzar nuestro encuentro de documentalistas, cayó como una bomba la noticia del fallecimiento de Hugo Chávez. Los principales delegados venezolanos abandonaron casi inmediatamente el FICG para retornar a Venezuela, y a partir de entonces un manto sombrío cubrió las actividades de la fiesta del cine. Al margen de la simpatía política e ideológica de muchos participantes en el FICG, la preocupación por la muerte del Presidente de Venezuela tenía que ver con el apoyo decidido que su gobierno dio al desarrollo del cine en la región, y a la posibilidad de que ese respaldo pudiera concluir.

Carmen Guarini, Alquimia Peña y Alfonso Gumucio
Preparé una “conferencia magistral” (así la llamaron) programada en el IV EnDoc, e hice la presentación de mi libro Cine comunitario en América Latina y el Caribe. Alquimia Peña, directora de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, presentó también la edición argentina del libro Producción y mercados del cine latinoamericano en la primera década del siglo XXI de Octavio Getino. Y Carmen Guarini en representación de Directores Argentinos Cinematográficos (DAC), proyectó un corto video de homenaje a Octavio, fallecido hace unos meses en Buenos Aires. Moderó la sesión José Rodríguez, Secretario Ejecutivo de FIDECINE, a quien no veía hace varias décadas.   

Sobre mi conferencia en EnDoc y sobre la presentación de los libros de la FNCL salieron notas en Mayahuel, la revista del festival de Guadalajara que se publicó cada día durante el FICG.

Otros dos colegas y amigos presentaron libros importantes, bellamente ilustrados, editados por la Filmoteca de la UNAM, que bajo la dirección de Guadalupe Ferrer retoma un ambicioso plan de publicaciones. Los dos libros son memoriosas historias de periodos emblemáticos del cine mexicano, a cual más interesante, y ambos son resultado de la perseverancia de estos dos colegas investigadores que son quizás quienes mejor conocen el tema que los ha ocupado durante varios años.

En tiempos de Revolución – El cine en la ciudad de México 1910-1916, de Ángel Miquel es uno de los ensayos más detallados sobre el trabajo de los documentalistas que legaron a México la memoria visual de su gran Revolución: Salvador Toscano (sobre el que escribí algo hace un par de años), los hermanos Alva, Enrique Rosas, Jesús H. Abitia y Jacobo Granat, entre otros, gracias a quienes podemos ver las fascinantes imágenes de Francisco Villa, Emiliano Zapata, Francisco Madero, Álvaro Obregón y el pueblo en armas.   

Eduardo de la Vega, Angel Miquel y Álvaro Vásquez Mantecón
El libro “hermano” del anterior es el de Álvaro Vásquez Mantecón, El cine súper 8 en México 1970-1989, impreso con la misma calidad y casualmente con el mismo número de páginas. El autor recorre casi dos décadas de producción independiente realizada en formato Súper 8 por cineastas que se iniciaban en el cine o que experimentaban con ese formato. Álvaro revisó más de 200 películas de la época, entrevistó a muchos cineastas y leyó todo lo que pudo conseguir para construir su tesis doctoral, que ahora entrega en forma de libro. 

Este trabajo tiene un significado particular para mi, pues en los años que cubre la investigación estuve directamente vinculado a algunos de los cineastas mexicanos estudiados: Sergio García, Luis Lupone, Rafael Rebollar, Gabriel Retes, Diego López, etc. Nos encontrábamos en festivales internacionales de cine Súper 8 en México, Venezuela, Bélgica, Canadá y Túnez, que fueron los “polos” de desarrollo de esa actividad. En 1980 asistí a los dos primeros festivales internacionales que organizó el “Guajo” Rebollar con el auspicio de la Filmoteca de la UNAM que dirigía entonces Manuel González Casanova.  Entre 1980 y 1985, en apenas esos cinco años, participé en diez festivales en Ciudad de México, San Luis Potosí, Caracas, Bruselas, París, Montreal, Toronto, Zacatecas, Kelibia y otra vez Montreal. Y luego llegó el video…

Hay muchas películas en Súper 8 que corren el riesgo de perderse, y más son las que se han perdido que las que sobrevivieron al paso del tiempo. El trabajo acucioso de Álvaro ha permitido rescatar muchas de las mexicanas. 


Los festivales y los congresos son un lugar de encuentro, lo he dicho otras veces.  Hay reencuentros particularmente memoriosos, como el que tuve luego de 37 años con el cineasta venezolano Miguel Curiel, mi condiscípulo en los estudios de cine en el Institut de Hautes Études Cinématographiques (IDHEC), a quien no veía desde aquellos años de convivencia en París. En la promoción 29ª del IDHEC eran cuatro los latinoamericanos que superaron las pruebas del concurso o fueron admitidos por convenio con los países (los otros dos eran el chileno Emilio Pacull Latorre y el mexicano Antonio Beltrán Hernández, fanático de Bergman).

Miguel Curiel, cineasta venezolano
De mi anterior estadía en México (1980-1985) volví a encontrar a colegas que entonces trabajaban en la Filmoteca de la UNAM y que estuvieron involucrados en la edición de mi Historia del cine en Bolivia (1982), entre ellos a Jaime Tello (cuyo Grupo Octubre estaba entonces en la vanguardia del cine militante), Eduardo de la Vega y José Rodríguez. De la misma época mexicana volví a ver luego de dos o tres décadas a Federico “Fritz” Weingartshofer y a Jorge Denti.

Aunque los he visto en tiempos recientes, fue bueno volver a coincidir con Marta Rodríguez, Jorge Rufinelli, David “Coco” Blaustein, Edmundo Aray, Manuel Pérez Paredes, Sergio Olhovich, Everardo González, así como conocer al estudioso español Manuel Pérez Estremera (autor en 1973 de uno de los primeros libros sobre el cine latinoamericano), a uno de los pioneros del cine documental mexicano Oscar Menéndez, a Nelson Carro, a Cristian Calónico que dirige el festival de cine “Contra el silencio todas las voces”, a Pita Ochoa y José Peguero, todos ellos con sustantivas contribuciones a la cinematografía latinoamericana. 

El último día, con Humberto Ríos y Oscar Menéndez
Debido a la intensidad de las reuniones de la red de documentalistas apenas tuve tiempo de ver cuatro películas durante todo el festival, entre las 250 exhibidas en las diversas categorías. La argentina Todos tenemos un plan (2012) de Ana Piterbarg es un thriller cuya ambientación en el Delta del Tigre la hace fascinante; y lmultipremiada Blancanieves (2012) del español Pablo Berger me pareció una innovadora —pero no genial— mezcla de cuentos para niños adaptada para adultos. Muda y en blanco y negro, sigue la senda que abrió hace un año El artista, para demostrar que el "gran público" (cuyo comportamiento en las salas de cine es cada vez más vulgar y torpe) no les ha dado la espalda.

Las otras dos películas que vi me parecen estupendos ejemplos que sirven para alimentar la eterna discusión sobre la frontera borrosa y probablemente inexistente entre el género documental y el de ficción. 

Una es El efecto K: el montador de Stalin (2012) del español Valentí Figueres que se presenta como una película de ficción, y en la acera del frente está Quebranto (2013) del mexicano Roberto Fiesco que se presenta como un film documental. 


Lo interesante en ambas películas es que la primera, que se presenta como una ficción, tiene una carga documental muy grande pues revisa la historia de un personaje real, el productor Max Ophüls, y las interpretaciones de los actores son discretas, casi sin diálogo; mientras que en la segunda, que se presenta como un documental, hay un mayor trabajo actoral (además del hecho de que los personajes escogidos son actores en la vida real), y las escenas han sido cuidadosamente preparadas y ensayadas, sin dejar nada a la improvisación. Ambas se llevaron sendos premios en el FICG 28.

Luego de muchos años de discusiones tratando de dibujar una frontera entre el cine documental y el cine de ficción, parece haber un acuerdo tácito: tanto el documental como la ficción son interpretaciones de la realidad, y esas interpretaciones constituyen la verdad de cada realizador sobre la realidad que mira.

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(…) yo no fabrico falsificaciones, sino nuevas copias de un documento auténtico 
que se ha perdido o que, por un trivial accidente, 
nunca ha llegado a ser producido pero que habría podido o debido serlo. 
—Umberto Eco (El cementerio de Praga)