30 marzo 2013

La catrina de Posada


El personaje al que me voy a referir ahora era hidrocálido… Suena a enfermedad o a chiste, pero no es otra cosa que el gentilicio de los oriundos de Aguascalientes. Allí nació el gran grabador y dibujante José Guadalupe Posada, un 12 de diciembre, lo que explica su nombre y su apodo, “Don Lupe”, pues en México hombres y mujeres se llaman Guadalupe en honor a la virgen.

Antes de hablar de su vida, hablemos de su muerte. “Después de muerto Don Lupe, nació Posada. Su obra, mientras estuvo vivo, no tuvo espacio en ningún museo. Sólo pudo mirarse en las calles de la ciudad, en las iglesias, en las mesas para el juego, en las cartas de amor, en la vida de todos los mexicanos”, escribe Agustín Sánchez González, su principal biógrafo.

Murió el 20 de enero de 1913 en el conventillo más pobre de Tepito, un barrio marginal, completamente alcoholizado y mal oliente, febril y deshidratado (ahora sí lo de “hidrocálido” podría ser una enfermedad), y fue enterrado en el Panteón de Dolores en tumba de 6ª Clase, la única gratuita, destinada a los de menos recursos. Siete años después, como nadie los reclamó, sus restos fueron echados en una fosa común y desaparecieron junto a otras “calaveras del montón”.

Hijo de un panadero, penúltimo de nueve hermanos, entró a sus 19 años de edad como aprendiz litógrafo en el taller de impresión de José Trinidad Pedroza, y pronto cobró prestigio por sus grabados satíricos que se publicaban en El Jicote. Luego de unos años en Guanajuato se trasladó a Ciudad de México en 1888 y desde entonces se incorporó como colaborador de la editorial Antonio Vanegas Arroyo, la más importante de la ciudad.

En 2013 con motivo del centenario de la muerte de Posada, se han organizado numerosos eventos en México. Este es “el año de Posada” y por lo tanto aunque sus huesos ya no existan y sólo se hayan conservado dos fotografías de él, la ciudad entera parece volcada a recordar quien fue.

He peregrinado en estas semanas por un “itinerario Posada”: la exposición “José Guadalupe Posada. Transmisor” en el Museo Nacional de Arte (MUNAL) y la muestra homónima de gigantografías en la Galería Abierta de las Rejas de Chapultepec. También estuve en el Museo del Estanquillo (“Crónica de un cronista”) y en el Museo Nacional de la Estampa (“La línea que definió el arte mexicano”) que incluye varias prensas manuales como las que utilizaba Posada para hacer sus grabados, numerosos tacos de madera con los grabados de zinc y de plomo y una reproducción en tamaño natural de la fachada de su taller. En todas estas exposiciones se le rinde homenaje y se muestran más o menos las mismas obras con algunas variantes museográficas. Pero sobre todo he leído la biografía escrita por Sánchez González, que pone en su lugar muchos mitos a través de viñetas muy precisas sobre la vida de este personaje tan singular.

Donde uno vaya lo que puede apreciar es más de lo mismo porque en realidad lo que queda de Posada son centenares de grabados que se publicaron en hojas volantes (algo muy común en esa época), en gacetillas, en periódicos satíricos como “El Jicote” además de innumerables estampas religiosas, almanaques, juegos, programas de mano, etiquetas para cajetillas de cigarrillos y avisos de farmacias como “La botica de la salud”, entre otros trabajos publicitarios. 
“Arte efímero” se llamaría hoy porque no dura sino unos días, pero Posada producía sus grabados sin conciencia de que eso podía ser considerado alguna vez arte. Efímero sí lo era, como su vida misma, que vivió día a día alcoholizado sobre todo en sus años finales. A veces se alejaba de su casa y de su trabajo durante semanas hasta que se le acababa el dinero para tequila. Solía desaparecer no solamente durante el “puente Lupe-Reyes” (del 12 de diciembre, día de la Virgen de Guadalupe al 6 de enero, día de Reyes) sino el puente más largo del 12 de diciembre hasta el 2 de febrero, día de la Candelaria. Al regresar de una de esas borracheras el 20 de enero de 1900, cambio de siglo, tembloroso y cansado por la prolongada borrachera, se enteró que su hijo Juan Sabino, de 17 años de edad, había fallecido de tifus exantemático dos días antes.

Se ha tratado de “mejorar” la vida de Posada haciéndolo pasar por un artista revolucionario de su época, pero sus más certeros biógrafos ponen las cosas en su lugar: Posada dibujaba para cualquiera que pudiera pagarle y era ajeno a la participación política. Algunos de sus grabados son contrarios a Francisco Madero y favorables a Porfirio Díaz, en otros ensalza la figura de Emiliano Zapata. No hay en realidad coherencia ideológica porque Posada se consideraba simplemente un artesano que ilustraba textos para un sinnúmero de publicaciones. Pero sí fue un revolucionario del arte (que no es lo mismo que un artista militante) y su influencia ha sido enorme en todos los que vinieron después.

Su habilidad para el grabado era tal, que recorría las imprentas del centro de la ciudad preguntando si necesitaban alguna ilustración, y cuando era el caso sacaba de su bolsillo una plancha y un buril que llevaba consigo, y realizaba el grabado requerido inmediatamente, en pocos minutos. Dominaba la técnica de grabado en hueco y en relieve, al ácido y sobre zinc, así como la litografía. 

Aunque ilustró centenares de volantes con oraciones, corridos, historias de milagros, curiosidades, descripciones de casos espeluznantes y comentarios humorísticos, Posada es conocido por sus calaveras para el Día de los Muertos y en particular por haber creado la calavera catrina, hoy uno de los símbolos de la identidad nacional mexicana, la elegante versión femenina y en huesos del caballero catrín. “Hace de la muerte un personaje que nos recuerda la gracia de lo efímero y nos la vuelve algo familiar, cotidiano. Pero también es un ejercicio estético de gran calidad, que atestigua el carácter de la vida como alo poco digno de tomarse en serio”, escribe Sánchez González.

La Calavera Catrina es uno de los íconos más característicos de la cultura y de las expresiones artística mexicanas. No es una calavera cualquiera, no es un vulgar esqueleto descuajeringado y polvoriento sino una fémina elegante y coqueta que muestra las costillas y a veces algo del afilado fémur en pose seductora. A través de los años hemos coleccionado varias figuras de catrinas que estarán para siempre ligadas a la memoria y trayectoria personal en tierra mexicana. He regalado algunas en otros países, aunque para quienes no conocen México y no comparten el mismo sentido de humor sobre la muerte, la figura puede parecer algo truculenta.

Para Diego Rivera, Posada fue un “grabador de genio” y no un simple artesano. Rivera fue quien bautizó a la calavera “garbancera” de Posada como calavera “catrina”, y escribió: “Tan grande como Goya, Posada fue un creador de una riqueza inagotable. Ninguno lo imitará, ninguno lo definirá. Su obra es la obra de arte por excelencia”.

Diego Rivera no solamente le dedicó frases elogiosas, sino que sobre todo inmortalizó a Posada del brazo de la Calavera Catrina (se ha ganado estas mayúsculas) en su obra “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”, colocando a ambos en un lugar prominente del hermoso mural que se salvó del terremoto en 1985 y que cuenta ahora con su propio museo. Rivera pintó a Posada junto a Martí, Frida Kahlo y a él mismo de niño, como personajes centrales entre otros 200 de la historia de México que figuran en el mural.

Otro gran muralista mexicano, José Clemente Orozco, escribió: “Posada fue el primer estímulo que despertó mi imaginación y me impulsó a emborronar el papel con los primeros muñecos, la primera revelación de la existencia del arte de la pintura”, y aseguró haberlo visto trabajar en su taller, aunque Orozco tenía entonces apenas 7 años. Para el padre del surrealismo, André Breton, el arte de Posada era “humor en el estado puro y manifiesto en el plano plástico”. El poeta Octavio Paz hizo una valoración histórica: “Posada es de su tiempo, pero su obra sobrepasa a su época. Justamente, uno de sus encantos reside en la contradicción de su versión premoderna –la del México de sus días- y la sorprendente modernidad de su trazo y, sobre todo, de su humor.” Y Luis Cardoza y Aragón escribió: "No fue ingenuo ni erudito; ni rústico o docto de humanismo profundo y sección de oro... No fue un arquitecto, fue un maestro de obras. Qué maestro y qué obras en el caudal de su tinta."

Con motivo del centenario de la muerte de José Guadalupe Posada se pueden apreciar durante varios meses en la Galería Abierta de las Rejas de Chapultepec 125 imágenes de gran tamaño, entre ellas 48 reproducciones de la obra gráfica del artista y 48 afiches premiados en la XIIBienal Internacional del Cartel en México, Homenaje a Posada, en ocasión del centenario del grabador. Los carteles son una muestra más de la influencia de Posada en las generaciones de artistas plásticos que lo sucedieron.


La idea de usar las rejas del Bosque de Chapultepec para muestras de fotografía o el amplio Paseo de la Reforma para exposiciones de esculturas monumentales, es prueba de esa política que pone las expresiones artísticas al alcance de todos. No he perdido nunca la oportunidad de recorrer estas muestras porque siempre me han parecido de excelente calidad, nunca mero relleno del espacio disponible.

El arte en la calle. La cultura al alcance de todos. Esa es una de las grandezas de México que tradicionalmente y a través de gobiernos de diversa ideología ha podido mantener una política cultural de acceso abierto, al menos en lo que al consumo de cultura se refiere. Otro cuento son las mafias culturales que medran del poder, los grupos y capillas que acaparan los medios puestos a disposición de los creadores, pero a nivel del beneficiario final, el acceso suele ser libre y gratuito en muchos casos. En este caso, miles de personas pueden disfrutar durante todo el año de una docena de actividades en torno al centenario de Posada. 

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A menudo me domina la impresión
de que nunca llegaré a saber, a ciencia cierta,
qué lugar ocupo en el mundo de los vivos.
                                     —Raúl Teixidó