30 abril 2013

Mimi y Jesús


En un mismo día, el sábado 27 de abril del 2013, he perdido dos amigos más: Mimi Barthélémy en París (estaba a punto de cumplir 74 años) y Jesús Urzagasti en La Paz (a los 71 años de edad), dos ciudades distantes entre sí pero dos amigos tan próximos en el afecto y en la memoria. Ninguno supo de la muerte del otro, pero se conocían. Mimi Barthélémy estuvo en La Paz en la década de 1960 cuando Jesús Urzagasti era un escritor a punto de sorprender a todos con Tirinea (1969) una novela con voz de poema que lo consagró y que en 2012 fue seleccionada por estudiosos de la literatura como una de las quince mejores novelas bolivianas.
 
La vida de estos dos amigos se desarrolló en paralelo y en países distintos, pero en ambos casos lo que caracterizó su existencia fue la creatividad. Mimi era una “cuentera” haitiana que contaba cuentos en público haciendo gala de su espontaneidad y extroversión, mientras que Jesús era un narrador del Chaco boliviano, refinado y recogido sobre sí mismo, celoso de su intimidad.

Las fotos que conservo con ambos me permiten recordar cual fue probablemente una de las últimas veces que estuvimos juntos. Cuesta creer que ya han pasado más de 15 años desde que estuve en casa de Jesús cuando todavía vivía en La Paz, el jueves 21 de agosto de 1997. A Mimi la visité en su casa, en París, en el número 28 de la Rue d’Oran, el miércoles 9 de septiembre del 2009. Me sorprendo yo mismo de los años que han pasado en ambos casos, y de los recuerdos vívidos que mantengo en la memoria.

Mimi era de esa gente que sonríe con todo el cuerpo, es más, con toda el alma; era inquieta, vibrante, puro nervio y energía.

Jesús tenía un modo suave de ser, como si cargara consigo la placidez de los grandes ríos y la música del viento entre los árboles.

Ambos eran de esa clase de seres humanos que dan mucho de sí sin esperar nada a cambio, generosos, creativos, desprendidos de las cadenas materiales, libres de espíritu.

Creo recordar que mis vínculos con Jesús se remontan a la década de 1970 cuando yo preparaba la investigación que culminó en el libro Historia del cine boliviano. Conversé con Jesús sobre su experiencia como asistente de dirección en Ukamau, primer largometraje de Jorge Sanjinés. Del cine pasamos a la literatura, y mientras él estuvo a cargo del suplemento Presencia Literaria, nuestro contacto fue más frecuente, ya que recibía mis contribuciones en mano propia (en ese tiempo no había email para salvar las distancias).

Nos vimos aún con más frecuencia en la redacción del diario en la Avenida Mariscal Santa Cruz, cuando comencé a publicar en la última página del suplemento semanal, una serie de notas biográficas sobre los principales fotógrafos bolivianos.

Al igual que Rulfo o Cerruto, Jesús era muy cuidadoso en su escritura y solamente publicaba cuando estaba seguro de que una nueva obra suya merecía llegar a sus lectores.  Así fueron saliendo a la luz Cuaderno de Lilino (1971), Yerubia (1973), De la ventana al parque (1992), En el país del silencio (1987), Los tejedores de la noche (1996), Un verano con Marina Sangabriel (2001), entre otras.

Para recordar sus palabras y su modo de ser, hay en la red algunos videos en los que lee partes de su obra poética: "El cuerpo", "Dichosas palabras", "A una muchacha salida del viento" y "América insomne".

En cuanto a Mimi, nadie que haya estado activo en el campo de la cultura en Bolivia a fines de los años 1960 puede olvidar los aportes de Gérard y Mimi Barthélémy. Como Agregado Cultural de la Embajada de Francia, Gérard dejó una huella de profunda de amistad con artistas, escritores y gente de teatro. Gracias a su impulso tuvimos el Teatro Tambo, un lugar de encuentro de intelectuales y bohemios, pivote de muchas actividades que enriquecieron el paisaje cultural paceño de esos años. Fue un centro cultural que reunió a cantantes como Benjo Cruz, a pintores y escritores progresistas.

La carrera diplomática llevó a Gérard y a Mimi a Colombia, Sri Lanka y Marruecos, entre otros países donde también dejaron amistades, pero sin duda Haití fue para ambos el punto de partida y de llegada afectiva, creativa e intelectual. Para Mimi era su país de nacimiento, donde vivió hasta sus 16 años de edad, y para Gérard su país de adopción, al que le dedicó toda su obra intelectual como economista y antropólogo.

Mimi se hizo cuentera y se volcó por completo a una obra literaria dedicada a los niños y caracterizada por la alegría creativa. Su productividad fue inmensa: 34 libros en 24 años. Entre ellos: Vieux Caïman (2003), L’Histoire d’Haïti racontée aux enfants (2004), Le lion qui avait mauvaise haleine (2006), Pourquoi la carapace de la tortue (2006), Crapaud et la clef des eaux (2007), entre tantos otros. Fundó la Compagnie Timoun Fou orientada hacia los niños del mundo, un espacio de animación donde ella era el eje dinamizador con sus presentaciones de cuentos, música, canciones y teatro. Tenía en su historial más de una docena de espectáculos, entre los que destacan “Une tres belle mort”, “Le fulgurant”, para público adulto, y “Jeux de cailloux”, “Le voyage en papillon”, “Soldats marrons”, “Les îles animales”...

Con sus espectáculos unipersonales viajó por todo el mundo y en esos itinerarios enriqueció su arte con nuevas historias, nuevos libros, nuevos cuentos. Mimi fue una cuenta-cuentos excepcional y deliciosa, con una sonrisa que transmitía a los espectadores un hálito positivo. Hegel Goutier escribió que “Mimi Barthélémy es el cuento hecho persona”.

Fue muy lindo visitarla en septiembre de 2009 en París, en la calle de Orán, en su casa que parece salida de un cuento, como un oasis improbable en la parte trasera de un edificio que no promete mucho. Ese espacio laberíntico está lleno de reminiscencias de itinerarios pasados, de amistades y de amores. Allí nos pusimos al día durante toda una tarde, me hizo el relato de su vida después de Gérard y con una gracia sin igual me regaló canciones tradicionales para niños en creole de Haití que rescató en un libro (y disco) hermoso, Dis-moi des chansons d’Haïti (2007), ilustrado por Jean Louis Senatus y otros artistas haitianos. 

Ahora la veo de nuevo en un video en el que cuenta el cuento de la mariposa, y dice frases que parecen premonitorias de su desaparición: “La crisálida se transforma en mariposa… la mariposa se pone a volar en libertad… No estoy muerta, he roto mi capullo de seda y vuelo en libertad… muy pronto conocerás la misma alegría que yo”.

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veo que no hay nada que me haga llorar
después de mi galope enfurecido, después de tantas leguas
que me separaban de tu punto más doloroso;
sólo el estallido elegante de la noche
se apodera de mis venas y te abruma de goces primitivos.
—Jesús Urzagasti