22 junio 2014

Ciudades amigables

Toda comparación es odiosa, como leemos en El Quijote, pero a veces no hay otra manera de entender las cosas. Las distancias en la calidad de vida en las ciudades donde me ha tocado vivir o permanecer durante algún tiempo me obliga a hacer odiosas comparaciones. En días pasados, mis breves regresos a Milán, a París y a México me han llevado a apreciar los cambios observados en esas ciudades a lo largo del tiempo, en comparación al deterioro que veo en la ciudad donde vivo, La Paz.

El proceso de urbanización en el mundo ha sido implacable a lo largo de las cinco últimas décadas. A mediados del siglo pasado la población mundial era mayormente rural pero hoy esas cifras se han revertido: somos más los que vivimos en zonas urbanas que en zonas rurales.

La saturación de las zonas urbanas es un cáncer que pocas ciudades pueden absorber. El rápido crecimiento de la población pone una enorme presión sobre la calidad de vida. En primer lugar hace falta espacio y eso se traduce peligrosamente en la extinción de áreas verdes que son los pulmones que toda ciudad necesita para respirar. El espacio se encarece, se forman cordones de miseria donde las reglas de convivencia son más difíciles, de ahí que vemos con frecuencia avasallamientos y conflictos sociales, además de desastres naturales (inundaciones, derrumbes).

La Paz, saturada de tráfico y basura
En ciudades que no estaban preparadas para duplicar su población en 20 o 30 años, los servicios colapsan. La basura se acumula en todas partes, las construcciones salvajes se multiplican, el tráfico y la contaminación se vuelven insoportables, la violencia aumenta, la delincuencia común se convierte en un problema de seguridad cotidiano. Las ciudades que no planifican ese crecimiento se afean, se convierten en espacios que no facilitan la convivencia y el intercambio.

Pienso en La Paz como la viví medio siglo atrás y la ciudad en la que vivo ahora, dilapidada, sucia, rota, saturada, ruidosa. Solo vista de lejitos, desde arriba, parece una ciudad interesante, pero al ras de las calles es lamentable. Cada vez que hago el itinerario desde el aeropuerto de El Alto (precario, el peor de Latinoamérica) hasta la zona sur de la “hoyada” pienso en la fealdad que nosotros mismos propiciamos con nuestros actos cotidianos porque no queremos a nuestra ciudad.  A veces, solo a veces, actuamos con respeto en el barrio que nos cobija, el resto no nos importa.

Otras ciudades son amigables a pesar de enfrentar problemas de crecimiento similares. Este itinerario reciente me hizo notar los esfuerzos que se hacen para que los ciudadanos se sientan parte de un proyecto de vida con calidad en lugar de sentirse parte de un destino inevitable de deterioro y violencia urbana.

Las ciudades que piensan en sus ciudadanos desarrollan servicios a la medida de sus necesidades, y los ciudadanos que quieren a sus ciudades actúan con responsabilidad para que las necesidades de la comunidad sean satisfechas.  Esas necesidades no son solamente las básicas: agua, saneamiento, electricidad, limpieza, tráfico vehicular… sino también las necesidades de esparcimiento, fundamentales para mejorar la calidad de vida y sobre todo la convivencia ciudadana.

Sistema EcoBici de Ciudad de México
Las ciudades que se quieren a sí mismas desarrollan formas alternativas de transporte público para beneficio de los ciudadanos y de una mayor calidad de vida comunitaria, como el sistema de bicicletas de préstamo o alquiler que permite retirar una bicicleta en una base, usarla durante algún tiempo y dejarla en otra base. Estos sistemas de muy bajo costo para el usuario cuentan con carriles especiales que protegen a los ciclistas de los automovilistas descuidados. México (EcoBici), Milán (BikeMi) y París (Vélib), las tres ciudades que visité en este último periplo, cuentan con ese sistema, así como otras cien ciudades de Europa y Norteamérica. Milán y París tienen también un sistema similar de préstamo de pequeños vehículos impulsados por baterías recargables.

Sistema EQ Sharing en Milán
La ciudad de Curitiba fue pionera en 1977 en el desarrollo de un sistema innovador de transporte colectivo, luego siguió Bogotá con el Transmilenio, sistema de buses articulados con paradas fijas y carril exclusivo, que luego otras ciudades adoptaron. México cuenta con este sistema (Metrobus) que ha contribuido a reducir la contaminación y agilizar el tráfico. También Santiago de Chile (Transantiago), Quito (Metrobús Q), Ciudad de Guatemala (Transurbano) y otras.  

Aunque no es lo mismo porque no cuenta con un carril exclusivo, el sistema de Puma Katari es un intento de ordenar el transporte urbano de La Paz. A esto se suma el teleférico de El Alto que tiene antecedentes importantes en ciudades como Medellín, donde contribuyó incluso a reducir la violencia y mejorar el comportamiento ciudadano gracias a una campaña educativa muy eficiente.

Belvedere en lo alto del parque Buttes-Chaumont, París
Los espacios públicos, plazas y parques, son fundamentales para la calidad de vida.  Hace pocos días llevé a mis nietas a uno de los parques más bellos de París, Buttes-Chaumont, en cuya superficie de 247.316 m² hay lagos, bosques, juegos para niños y un belvedere desde cuya altura se divisa una buena parte de la ciudad. México tiene en el Bosque de Chapultepec, en plena ciudad, uno de los ejemplos más extraordinarios de espacio público con ocho museos y monumentos, fuentes, lagos y bosques, un zoológico y un jardín botánico, espacios para practicar deportes, juegos para niños y mucho más en sus 678 hectáreas. 

Una ciudad es vivible cuando puede ser caminada sin riesgos. Caminar por París y Milán es un regalo, sobre todo a esta altura del año cuando la luz del día se extiende hasta las 10 de la noche. En eso México no es el mejor ejemplo, pero ha mejorado notablemente desde que viví allí en la década de 1980. 

El "bosco verticale" de Stefano Boeri en Milán
La nueva arquitectura de Milan me sorprendió porque toma en cuenta las necesidades del ciudadano de a pie, organizando trayectos en altura, por encima del flujo vehicular. Los dos edificios “bosco verticale” diseñados por Stefano Boeri en el barrio de Isola consisten en jardines verticales cuyas terrazas y balcones muestran cascadas de vegetación. En ciudades como New York se ha puesto de moda habilitar jardines en los techos de los edificios. La vegetación recupera las ciudades, las hace menos grises, más amigables.

Hay iniciativas que comienzan los ciudadanos y que se extienden como reguero de pólvora por el mundo. El compromiso ciudadano es esencial y con frecuencia precede e inspira las acciones de las autoridades.  A un artista de San Francisco se le ocurrió un día poner una moneda de 25 centavos en un parking de paga, y en lugar de estacionar un auto colocó una banca y un árbol. Ahí nació el Park(ing) Day que hoy es un evento mundial que se realiza en cerca de 200 ciudades en 35 países.

Promenade Plantée, en París
En París regresé ahora a un lugar que me gusta: la Promenade Plantée, un paseo de  4.7 kilómetros de largo y más de seis hectáreas de superficie, a diez metros de altura sobre las calles de la ciudad. El espacio verde fue creado en 1988 cuando se construyó la moderna Ópera de la Bastilla en el lugar donde antes existía una estación de trenes (y mucho antes la famosa fortaleza y prisión tomada por asalto el 14 de julio de 1789 durante la Revolución Francesa). ¿Qué hacer con esos kilómetros de vías férreas sin uso? Alguien tuvo la idea brillante de convertir las vías en un paseo lleno de plantas y de flores, que se prolonga hasta el boulevard periférico. Parisinos y visitantes pueden trotar o caminar en ese espacio seguro y agradable.

Este tipo de obras que devuelven al ciudadano los espacios públicos son alentadoras. Las antiguas estaciones de trenes se convierten en museos (como el de Orsay en París), las antiguas prisiones se convierten en archivos y bibliotecas (como Lecumberri en México), las antiguas fábricas se convierten en centros culturales comunitarios (como la Usina do Gasometro en Porto Alegre o el Tate Modern en Londres). Son algunos pocos ejemplos de obras que hacen las ciudades más vivibles y agradables.

La Ciudad de México cuenta con 120 museos, más que ninguna otra en el mundo, y Buenos Aires cerca de 140 teatros.  La calidad de vida se mide también por esas opciones culturales, por la posibilidad de acceder a manifestaciones que alimentan el espíritu. De la sobrevivencia urbana a la convivencia social hay un trecho enorme.

Por todo ello vivir en La Paz no es exactamente un privilegio. Esta ciudad no se quiere, sus ciudadanos no la quieren. A pesar de algunos esfuerzos aislados realizados por las administraciones municipales en obras de infraestructura, queda mucho por hacer para que nuestra ciudad sea vivible y amigable.

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Sólo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad
que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres.
Así la poesía no habrá cantado en vano.
—Pablo Neruda