03 agosto 2015

El papel de la imaginación

¿Alguien dijo que para hacer arte se requieren muchos recursos?  Probablemente nadie, porque para hacer arte lo que se necesita en primer lugar es creatividad. Quizás una escultura en bronce cueste miles de dólares y sea un objeto apetecible para los fundidores y ladrones que se roban hasta las tapas de las alcantarillas, pero lo que vale no es el material sino la calidad de expresión. 

He visto bodrios tan monumentales como caros, que me hacen pensar que los artistas no deben ser nunca prisioneros de la materia que manipulan. Mi querido amigo Walter Solón Romero experimentaba con todo tipo de materiales para hacer su trabajo, por eso su obra es tan amplia e incluye pintura mural, cerámica, acuarela, textiles, tallados en madera, grabados en cemento, y pintura sobre papel de amate, entre otras. Todo material es noble si se impregna del espíritu de un creador.

Uno de esos materiales es el papel, extraordinariamente noble porque viene del árbol y termina en los libros. El papel es noble desde su origen, es bueno, generoso, aunque algunos lo consideren abundante y demasiado común, y lo maltratan.

Quienes hemos trabajado con imprentas conocemos la nobleza de papel, su peso y sus diferentes texturas, que son como clases sociales. El papel “revolución” es popular, el papel “couché” es refinado. Difícilmente dialogan entre sí en un mismo libro, pero entre ambos hay muchas calidades y posibilidades.

Esta digresión sobre el papel y su nobleza viene a cuento porque hace unas semanas estuve en la exposición de Marion Macedo y Coco Cuellar, “Revive el papel, revive la fotografía”, y me encantó. A Coco lo conozco hace muchos años y valoro su trabajo fotográfico, sobre el que no abundaré en esta ocasión porque quiero sobre todo dedicar estos párrafos al trabajo de Marion, que me sorprendió por su delicadeza y su imaginación.

La delicadeza oriental de las 27 obras de Marion Macedo conquista los sentidos. Marion ha trabajado durante muchos años con papel y sus desfiles de vestidos (en alguno de los cuales participó como modelo mi hija menor) eran emblemáticos e innovadores, pero esta nueva propuesta plástica, de obras de arte hechas en papel, me maravilló, también porque la muestra en el Espacio Patiño de La Paz fue montada con un gusto exquisito, con un manejo del espacio y de la iluminación que no son frecuentes en la curaduría nacional.

La figura enigmática, tamaño natural, de una mujer (un maniquí) completamente en blanco, vestida lujosamente, casi desafiante con su cabellera rizada de papel, es una de las obras que más sorprende. La mujer es sin duda el leit motif que se repite tanto en las esculturas de Marion como en las fotografías de Coco Cuellar: bustos fantasmagóricos que parecen despegarse de los muros flotando en su velamen de papel, rostros y perfiles que desbordan misterio y sensualidad.

Otra serie de obras que podríamos clasificar como arte utilitario, son ocho lámparas que destacan por su elaborada factura. Tan solo verlas hace pensar en el fuego que representan. Las bases de esas lámparas despliegan sus atributos de papel como pavos reales, ostentosas, no igualadas por las pequeñas pantallas que las coronan.

Quizás la serie que prefiero es la de los libros intervenidos, manipulados, recreados y resignificados. Cada uno es un desafío artístico porque la manera como emerge la obra de arte a partir de un libro que ha perdido su identidad anterior, es producto de mucha reflexión y trabajo.

Me gusta la manera como Marion ha ido escarbando en el texto, atravesando las páginas con estilete y tijeras, para llegar a descubrir en el fondo un grabado o una fotografía. Es como si en ese proceso hubiera dejado las huellas de su penetración, una firma de artista. Cada libro intervenido es una pieza de arqueología de papel, donde el texto se ha desvanecido para darle cuerpo a una imaginación no exenta de humor y de picardía, porque en el arte el humor es un ingrediente fundamental. De otro modo la solemnidad y el aburrimiento podrían asfixiarnos.

Detesto el arte facilón, aquellas las instalaciones ramplonas que pretenden engatusar a los ingenuos bañándose de una luz de supuesta genialidad. Mi tolerancia es baja frente a objetos intervenidos que solo ponen en evidencia la flojera y la falta de ideas de sus autores: una fotografía en blanco y negro con una pincelada de color o un objeto común resignificado mediante una manipulación burda y carente de esfuerzo.

En el caso de Marion, estamos en otra dimensión, la de la creatividad que se expresa  a través de representaciones que exigen mucho trabajo, no solamente inspiración. La artista desarrolla cada obra con una delicadeza sorprendente. Uno quisiera tener en su propia biblioteca, uno de estos libros convertidos en pájaros de exótico plumaje, en árboles frondosos o en cajas mágicas de las que surgen personajes de la literatura y del arte, por allá Alicia en el país de las maravillas, por aquí la Gioconda.

Lamento no haber publicado estas impresiones antes, para que quienes no vieron la muestra pudieran apreciarla. De todas maneras dejo constancia de mi admiración por ese formidable trabajo creativo, de lo mejor que he visto en mucho tiempo en La Paz.
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Las obras de arte se dividen en dos categorías:
las que me gustan y las que no me gustan.
No conozco ningún otro criterio.
—Chéjov