09 octubre 2015

Boquerón, batalla perdida

Finalmente pude ver Boquerón, el largometraje de Tonchy Antezana sobre la primera batalla de la guerra del Chaco que Bolivia libró con Paraguay a principios de la década de 1930 (para mayores precisiones del 9 al 29 de septiembre de 1932) y mi sensación al salir de la sala fue de frustración y de desperdicio, porque a juzgar por el gran despliegue publicitario que se hizo en las semanas y los meses que precedieron al estreno de la película, esperaba mucho más.

Es cierto que el tamaño del cine boliviano no da para películas épicas de gran presupuesto, y creo entender que Antezana quiso ofrecer una representación de la crueldad de la guerra a través de un puñado de personajes encerrados en una situación desesperada, es decir, hacer exactamente lo que hizo Ermanno Olmi en su maravillosa obra Volverán los prados (2014).

En el film de Olmi, en un fortín de avanzada en los Alpes, en las montañas de Asiago, un destacamento de oficiales y soldados italianos resiste en condiciones precarias los embates de tres enemigos mortales: un enemigo invisible que dispara desde la frontera austríaca, un segundo enemigo, los generales en la retaguardia que envían por radio órdenes tan absurdas como terminantes, y un tercer enemigo cuya presencia se hace sentir minuto a minuto: el crudo invierno.

Es un contexto muy parecido al de Boquerón, con la diferencia de que en lugar del frío y de la nieve los soldados de la película de Antezana se enfrentan al calor y a la sed, como lo han descrito excelentes escritores bolivianos sobre su vivencia en el Chaco. Hasta ahí, las mismas posibilidades, pero el problema es que Olmi es un gran director y un excelente guionista, y Antezana no lo es.

Confieso que me aburre leer libros sobre guerras y batallas, donde se ofrece hasta el mínimo detalle de los movimientos de tropas, la posición de las trincheras o el heroísmo de algunos soldados. Para mí, los mejores libros sobre la guerra del Chaco son cuentos, novelas y testimonios como Sangre de mestizos de Augusto Céspedes, Aluvión de fuego de Oscar Cerruto, Repete de Jesús Lara, Laguna H3 de Adolfo Costa du Rels o Prisionero de guerra de Augusto Guzmán.  (A todos ellos tuve el honor de frecuentarlos y contarlos entre mis amigos, aunque me llevaban algunas décadas de delantera).

Lo mismo espero de una película de ficción. No quiero ver un ensayo lleno de cifras y detalles, sino algo que me mueva a reflexionar y que me conmueva. Y eso es lo que esperaba de Boquerón, esperanzado en que el film no se desperdiciaría en batallas heroicas sino en la relación que se forja entre los personajes. Pero la sensación que tengo es de desperdicio, de un empleo precario de los recursos disponibles.

El tema puede ser emblemático para la memoria de los bolivianos y un justo tributo a los heroicos oficiales y soldados que lucharon, murieron en horribles condiciones o sobrevivieron como prisioneros de guerra en Paraguay, pero lo que vemos en la pantalla decepciona. No tiene sentido aquí dedicarse a recordar la batalla de Boquerón como episodio histórico, por muy importante que haya sido, porque una película no es un libro de historia, sino una obra de creación que tiene sus propias reglas. Y el problema es que como obra cinematográfica, la película de Antezana cojea en varios frentes (ya que hablamos de batallas).

Trato de entender cuál es el problema de Boquerón: cuenta con una historia importante, tiene buenos actores, vestuario y escenografía convincentes, pero no funciona, no atrapa al espectador ni tampoco provoca en él una reflexión crítica sobre la guerra.

Le falta aire a Boquerón, le falta espacio visual y le sobra duración. La película es larga, hay escenas que parecen repetirse porque están filmadas de la misma manera: los diálogos en la trinchera, la muerte de algún soldado y los cielos del Chaco, de noche y de día, en time lapse… Y en cambio no vemos el Chaco, no vemos el paisaje salvo de manera fragmentada.

Uno puede entender que por la pobreza de una producción que no cuenta con cientos de soldados sino apenas con una docena de uniformes, no se pueda representar batallas, pero la manera de filmarlas en ritmo de metralla no ayuda: cortísimos planos de la boca de un fusil, del rostro de un soldado, del impacto de una bala… Todo ello editado hasta la saturación. Cierto, es un recurso lícito en el cine, sobre todo en el cine pobre, pero aquí está mal llevado y además esas reiteraciones son las que alargan innecesariamente el film.

Antezana se empeñó en concentrar la responsabilidad del guión, de la fotografía, del montaje y de la dirección, y al final, quizás por esa misma ambición, falla en las cuatro. Hubiera ganado mucho si se asocia a un buen guionista, a un buen editor y a un buen jefe de fotografía.

No ayuda tampoco la banda sonora, el doblaje de las voces sin ambiente de fondo, que daña las actuaciones (que no son malas), al darles esa sonoridad de estudio demasiado limpia e impostada. La música, omnipresente, tampoco ayuda. Soy de los que piensan que cuando la música distrae de la imagen, es que no se ha integrado bien al discurso narrativo.

Me tocó ver la película en una sala llena de adolescentes que probablemente tenían como tarea del profesor de historia ver la película. Me parece muy bien, hasta ahí, pero me incomodó la reacción que tenían algunos de esos muchachos y muchachas cuando reían en las escenas más dramáticas, como si las pipocas con mantequilla rancia hubieran dañado sus funciones cerebrales. ¿O quizás el dramatismo de la representación no era verosímil? En cualquier caso, con un público así el futuro del cine boliviano resulta incierto.

Por suerte a Tonchy Antezana le importa un comino lo que decimos los críticos, de modo que lo que yo escriba ni lo va a leer. Hace poco declaró que no hace sus películas para la crítica, que le ha ido muy bien con el público en todos sus films y que “lo demás es cháchara”.  Viniendo del hermano de uno de los más brillantes críticos literarios de Bolivia, no deja de ser irónico el comentario, pero bueno, todos tenemos derecho a expresar una opinión y no solamente aplausos de pie.

Dice Tonchy Antezana que va a dejar el cine después de Boquerón.  Yo espero que no lo haga, yo espero que siga haciendo cine, pero en equipo, con otra gente que sabe de sus respectivos oficios. Cuando vi El cementerio de los elefantes (2008) me pareció una obra cinematográfica interesante, bien lograda. Quizás sea por ese camino y no el de los films épicos, que Antezana pueda seguir haciendo cine como director.

Boquerón es la historia de una batalla perdida, pero no solamente en la guerra del Chaco, sino en la historia del cine boliviano.
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La guerra es el arte de destruir a los hombres,
la política es el arte de engañarlos.
—Parménides de Elea