25 abril 2016

Ecuador 7.8

Mi vuelo había despegado de Quito el día anterior pero no sería sino durante la noche del sábado que empecé a recibir noticias del terremoto. Los primeros datos reportaban 28 personas fallecidas y 7.8 grados en el epicentro del sismo, en la región costera entre las provincias de Manabí y Esmeraldas.

Poco a poco, durante esta semana se fueron sumando las muertes, la destrucción, el dolor. Al momento de actualizar estas líneas hay 655 muertes confirmadas, 48 personas desaparecidas y una extensa destrucción en Pedernales, Manta, Portoviejo y Muisne, con cerca de 800 edificaciones derruidas.

Muchos edificios colapsaron como castillos de naipes, lo que me recuerda el terremoto de 1985 en México, cuando en la avenida Juárez quedó sin rasguño la Torre Latinoamericana (el edificio más alto de la ciudad en ese entonces) mientras otros más bajos a su alrededor colapsaban porque no habían sido construidos de acuerdo a normas antisísmicas, poniendo en evidencia trampas y corrupción.

Mi amiga Alejandra Adoum, en cuyo departamento en Quito (a 170 kilómetros del epicentro) se rompieron dos cuadros y se rajó el techo de la cocina, me dice en un mensaje de chat: “… en México harto saben de estas cosas. Son PhD en la materia. Aquí estamos en el kindergarten: desconcertados, medio torpes todavía, con el alma cuarteada.”

Aunque el presidente Correa no estaba en su país (le gusta, como a Evo Morales, andar por el mundo), se activaron inmediatamente planes de contingencia para atender la zona más afectada y el gobierno declaró estado de excepción en todo el territorio afectado (algo que Evo Morales se negó a hacer, por razones políticas, durante las inundaciones de El Beni en 2014). En la página Gestión de Riesgos del gobierno ecuatoriano se ofrece información actualizada dos veces al día.

No cabe duda de que Correa aprovechará políticamente la cohesión solidaria que esta tragedia genera en la población. Son situaciones que permiten al discurso demagógico capitalizar y recuperar terreno. Lo dice otra amiga ecuatoriana, Wilma Granda: “La condición mesiánica se actualiza y consolida más, aparte de repartirse entre grandes, medianos y pequeños funcionarios, la casa caída de los vecinos.”

Edificio colapsado en Manta 
La solidaridad internacional fue inmediata. No me refiero a las buenas palabras expresadas por el gobierno boliviano (si hay algo que sobra en nuestro país son las palabras presidenciales), sino a la solidaridad más concreta de naciones como México, España, Cuba, Chile y Colombia que enviaron equipos especializados de rescate. El BID, la CAF, el Banco Mundial, la Unión Europea y Noruega, ofrecieron en conjunto más de 600 millones de dólares de ayuda.

El perjuicio que semejante movimiento telúrico ha producido no solamente en la zona directamente afectada sino en todo el país se eleva a 3 mil millones de dólares, según el presidente Correa. Además de la pérdida de vidas humanas, el daño a la economía y a la infraestructura (carreteras, puentes, torres de electricidad y redes de comunicación) es enorme.

Cómo son las cosas… Luego de haber estado en Ecuador durante la semana anterior al terremoto, tenía la intención de dedicarle esta columna a esas carreteras que me sorprendieron durante la visita que hice a Ambato y a Tamboloma, en la provincia Tungurahua. Cintas de asfalto de alta calidad, impecables, que vinculan las provincias pero también los cantones más pequeños. En total, 9.736 kilómetros de red vial estatal.

A diferencia de las carreteras bolivianas, que a poco de ser inauguradas ya las están parchando y carecen de señalización adecuada, las carreteras del Ecuador no tienen nada que envidiar a las de otros países más desarrollados, por la calidad de la compactación del asfalto y por la señalética vertical y horizontal que se extiende incluso sobre los tramos de carreteras de la red vial intercomunal que cubre el 95% del territorio nacional. Carreteras seguras y con límites de velocidad bien controlados.

Un país que sufre semejante desastre natural queda marcado durante una o dos generaciones. Pero la solidaridad interna que se ha despertado a raíz del reciente terremoto muestra que el pueblo ecuatoriano no está dispuesto a doblegarse fácilmente. Y esto ya lo sabíamos por las luchas de resistencia contra el extractivismo y contra la minería que destruye reservas forestales, que en años recientes ha generado alianzas entre poblaciones indígenas y grupos ciudadanos con conciencia ambiental.
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De qué sirve una casa si no se cuenta con un planeta tolerable donde situarla. 

—Henry David Thoreau