18 mayo 2016

La mansión de azúcar y sangre

La realidad está llena de historias que luego sirven de argumento para novelas o canciones, por su dimensión mítica y porque encierran moralejas. Los itinerarios de uno a veces lo llevan a toparse con esas historias convertidas en leyendas. 


Cerca de Ocho Ríos y a doce kilómetros de Montego Bay, dos de los lugares más emblemáticos del turismo internacional en Jamaica, a la vera de la carretera hay una mansión llena de historias. El aspecto solitario de Rose Hall Great House en lo alto de una colina la hace más atractiva y misteriosa, pero claro, en esa percepción media todo lo que uno ha podido leer sobre ella.

Comenzó a construirse en 1750 cuando George Ash, un hacendado inglés que era su propietario, quiso ofrecerle a su esposa Rose una casa que llevara su nombre. Ash murió dos años después y Rose se casó dos veces más en años subsiguientes. Su tercer esposo fue John Palmer, quien concluyó la construcción de la mansión entre los años 1770 y 1780. Añadió dos alas laterales a la construcción, para que la mansión tuviera 365 ventanas, 52 puertas y 12 dormitorios, por cada día, semana y mes del año.

La propiedad contaba entonces con más de dos mil esclavos y  2.600 hectáreas (6.600 acres) de plantaciones de caña de azúcar y pastizales para 300 cabezas de ganado vacuno. Hoy, la casa se yergue sobre una extensión mucho menor ya que muchas hectáreas, sobre todo cerca de la costa, han sido transformadas en años recientes a cadenas hoteleras, campos de golf y proyectos inmobiliarios.

Al morir John Palmer y más tarde su esposa Rose, su sobrino nieto John Rose Palmer heredó la propiedad y se casó en 1820 con una joven inglesa, Annie Mae Patterson, de madre inglesa y padre irlandés, comerciantes que la llevaron a vivir a Haití cuando tenía apenas diez años de edad. Dice la historia que la fiebre amarilla dejó huérfana a Annie, quien fue criada por su niñera haitiana, una sacerdotisa vudú. A la muerte de esta, Annie, de 18 años, se trasladó a Jamaica en busca de marido y encontró en John Rose Palmer el candidato perfecto por su posición y dinero.

Annie Palmer convirtió a la plantación en un infierno para los esclavos que le temían y la nombraban como la “bruja blanca” porque realizaba prácticas de vudú que había aprendido en Haití, en las que incluía sacrificios humanos. Dice la leyenda que escogía a su conveniencia entre los esclavos jóvenes para satisfacer su apetito sexual, pero luego los asesinaba.

Lo mismo hizo con John Rose Palmer y los dos maridos que tuvo después de él.  A cada uno lo asesinó en un dormitorio diferente y de una manera diferente. A Palmer, con quien convivió siete años, lo envenenó con arsénico. Al segundo, con quien duró dos años, lo apuñaló mientras dormía y para asegurarse de que estaba bien muerto, vertió aceite hirviendo en sus oídos. Al tercero lo estranguló al cabo de seis meses con ayuda de su esclavo Takoo, que según unas versiones le prestaba servicios especiales y según otras era el abuelo de una esclava abusada por Annie.

El turno le llegó a ella cuando los esclavos, Takoo a la cabeza, se sublevaron frente a sus abusos y acabaron con ella en diciembre de 1831, luego de once años de brutalidades propiciadas por la “bruja blanca”. Usando las mismas prácticas del vudú que ella había usado para someterlos, escogieron el lugar de su tumba y sobre la piedra grabaron tres cruces para atrapar su espíritu. Dejaron un lado sin cruz convencidos de que el cuerpo estaba allí pero el espíritu seguía en la casa, y por eso la leyenda dice que Annie Palmer todavía se presenta ocasionalmente en las habitaciones de la mansión y nadie ha querido dormir en ella desde que fue restaurada.

Por temor a ese espíritu suelto no quisieron los esclavos quemar la casa, como hicieron de 1831 a 1838 otros esclavos durante las sublevaciones en plantaciones de azúcar de Jamaica, incendiando 685 de las 700 mansiones que había en la isla. Rose Hall quedó abandonada durante 134 años hasta deteriorarse completamente,

En 1965 la compró y la hizo restaurar una pareja de millonarios de Delaware que vieron el negocio de vender los terrenos de la propiedad a las cadenas de turismo y convertir la casa en un museo, con muebles que, por supuesto, no corresponden a la mansión original, probablemente ni siquiera el enigmático cuadro que muestra supuestamente a Annie Palmer con cinco hijos que nunca tuvo. La casa es propiedad actualmente de Michele Rollins, que estuvo entre las quince finalistas de Miss Mundo el año 1963 y tenía veleidades políticas en el partido republicano de Estados Unidos.

Esta atractiva leyenda de crímenes y fantasmas, que al parecer tiene una base histórica real, ha dado lugar a varias obras de literatura y música. El escritor Herbert G. De Lisser publicó en 1929 La bruja blanca de Rosehall, novela que retomaba los detalles de la historia y que no hizo sino amplificar la leyenda. Diana Gabaldon, autora de best sellers, situó una parte de su novela Voyager en Rose Hall. La historia de Anita motivó al cantante Johnny Cash, que tiene una propiedad cerca del lugar, a componer “La balada de Annie Palmer” canción que narra la escabrosa historia. Lo mismo hizo el grupo de rock sicodélico Coven, en su primer álbum de 1969.

Estas leyendas y canciones son variaciones múltiples de la misma historia, donde los nombres y los hechos parecen acomodarse caprichosamente o alterarse de acuerdo al narrador, pero en su conjunto constituyen también una forma de referirse a la crueldad de la esclavitud y son parte de la memoria, real o inventada, de países como Jamaica que recién forjan una identidad propia.  
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Fueron reales, pero de tanto contarlos se hicieron leyenda. O al revés: fueron leyenda y de tanto contarlos se volvieron verdad. Es lo de menos.

—Laura Restrepo