21 septiembre 2017

Joven calavera

La primera vez que vi Viejo calavera fue cuando estuve como miembro del jurado de largometrajes en el Festival Pachamama Cine de Fronteras, en Río Branco (Brasil) en noviembre de 2016. Luego de ver todas las películas seleccionadas, coincidimos en tres que merecían ser premiadas. Otorgamos el Premio Pachamama a la Mejor Película a Martirio (Brasil, 2016) documental de Vincent Carelli, el Premio Especial del Jurado a otro documental Ejercicios de la memoria (Paraguay, 2016) de Paz Encina, y el Premio a la Mejor Dirección a Viejo calavera (Bolivia, 2016) de Kiro Russo.

Me tocó escribir el breve párrafo de la justificación del premio a la película de Russo y mencioné el carácter expresionista de la imagen, que fue lo primero que me marcó. En días pasados me tocó abordar de nuevo el film de Russo cuando la Cinemateca me invitó a participar en el comité de selección que decidió postular a Viejo calavera para los Oscar y para los Premios Goya, por amplia mayoría sobre los otros largometrajes presentados.  

García Márquez decía que una buena novela se reconoce en las diez primeras páginas. Podríamos decir lo mismo de una película: los diez primeros minutos son determinantes, y la fotografía de Pablo Paniagua fue mi puerta de entrada a esta obra. Es una fotografía muy contrastada, que hunde al espectador en una oscuridad casi absoluta para obligarlo a ver más, a escudriñar el drama entre las sombras.

La imagen remite al expresionismo del cine alemán de Pabst o Murnau, y si no queremos ir tan lejos, a las escenas nocturnas de Yawar Mallku (1969) de Jorge Sanjinés. Es un film que deja la percepción de ser en blanco y negro porque las imágenes más memorables son aquellas que transcurren en el interior de la mina o en el campamento minero donde los personajes, vivos o muertos, se desplazan como sombras en medio de la oscuridad casi absoluta.

El hilo conductor es un walaychu insoportable que acaba de perder a su padre, un “joven calavera” no tan elegante ni adulto como el de Buñuel, pero el título del film es acertado porque Elder Mamani, minero que detesta el trabajo en la mina del cerro Posokoni en Huanuni, parece envejecido por dentro, siente que no tiene horizonte en su vida y vive como si ésta se estuviera acabando o quisiera acabarla de una vez.

Adopta conductas que son reprobadas por sus propios compañeros de trabajo: vive en un estado permanente de ebriedad y es violento con los demás, incluyendo a su propia familia. Aun así es tolerado y protegido por su tío Francisco que lo apadrina con la esperanza de que cambiará su comportamiento.

Si bien la dureza de la vida en las minas es evidente a lo largo del filme, lo que más se destaca es la ausencia de perspectivas y de horizonte, lo que contribuye a crear un ambiente asfixiante que la fotografía interpreta muy bien. Las únicas secuencias que permiten respirar otro aire son las del viaje a Yungas, una inclusión acertadísima para escapar del estereotipo de las películas cien por ciento mineras.

Paradójicamente, aunque la principal difusión del film han sido los festivales internacionales (donde ha cosechado menciones y premios, algunos de ellos verdaderamente valiosos), no hace concesiones en su manera de retratar la manera como hablan los principales personajes. Eso es bueno aunque haya que subtitular el “castemillano” (como dice Silvia Rivera) poco comprensible en un ambiente que no sea el de las minas.

La elección de Julio César Ticona para interpretar el personaje central de la película no podía ser más acertada, porque lo que hace Ticona es interpretarse a sí mismo, pero esta vez con plena conciencia y no embrutecido por el alcohol o las drogas. Eso quiere decir que tiene potencial como actor, es genuino, convence.

Las elecciones que hace el director de la película son importantes. Viejo calavera evita casi todos los lugares comunes en los que con demasiada frecuencia cae el cine boliviano. Es un filme cuya sobriedad impacta, donde los silencios son más importantes que las palabras, donde los rostros dicen más que las descripciones de los personajes.

No es una película que quiera o pretenda explicar el mundo minero, porque  ese mundo está ahí sin necesidad de indagar más sobre él. Es un escenario natural de vida y muerte del que los personajes no pueden zafarse aunque viajen a una zona subtropical. La mina es como un imán que jala hacia adentro, no hay explicación racional ni emocional, simplemente es así.

Viejo calavera ha hecho correr mucha tinta lo cual es bueno. He leído algunos comentarios que transmiten la sensación de asfixia y la oscuridad sin horizonte que siente el espectador. Otros comentarios son menos acuciosos, demasiado descriptivos. En todo caso, el filme se ha con vertido en un fenómeno gracias al hábil movimiento que se ha generado en festivales chicos y grades, acompañado por la crítica mayoritariamente benévola.

Lo que queda pendiente es el público boliviano.  Nuestros espectadores se han convertido en un público apático, bastante ignorante y poco interesado en el cine boliviano.  Cuando se interesa, es en aquellas películas que menos bolivianas parecen visualmente. Ojalá que la película de Kiro Russo y Gilmar Gonzáles (excelente guionista) abra puertas para que el público boliviano recupere su sensibilidad y compromiso.

No incluyo a Viejo calavera en el grupo de nuevas películas de jóvenes realizadores bolivianos que buscan una ruptura con el cine boliviano de Sanjinés y de otros importantes realizadores de generaciones anteriores. Hay precedentes claros y deudas bien pagadas, porque el filme trasciende como obra y se despega de referentes anteriores.

Junto a las películas recientes de Miguel Hilari, Alejandro Pereyra, Tomás Bascopé, Denisse Arancibia, Diego Revollo y otros, el cine boliviano está en una nueva etapa creativa. Las miradas frescas de estos autores enriquecen nuestro cine por su honestidad y compromiso, un cine que “se levanta airoso por encima del cine parido en la mediocridad de un patrioterismo barato o en la vulgaridad de un shopping”, según la acertada frase de Carlos Villagómez.

No me queda la menor duda de que Kiro Russo es un cineasta con talento y compromiso. Su juventud es sinónimo de esperanza y Viejo calavera es una prueba de la seriedad y meticulosidad con que encara la producción cinematográfica. Podemos esperar mucho de él.

(Una versión inicial del artículo se publicó en Página Siete el domingo 18 de junio 2017)
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Las manos son del exilio que es una muerte suspendida,
hombres obligados a la desmemoria de sus pasos.

—Andrea Crespo Granda